lunes, 18 de febrero de 2008

Ayer.


- Pues si, claro.






- Disculpe, ¿claro qué?






- Claro como que enfrentas lo negro, respiras lo azul y entregas el blanco.






No supe que responderle, me tomó por sorpresa. En realidad, hacia tiempo ya que nada me tomaba por sorpresa, supongo que todo está igual que ayer, y seguirá estando de la misma manera mañana.






Caminé, entré, escuche el pitido agudo, se cerró.






Pasó un rato, y volví a caminar, ya sin luz de la que me gusta, y más bien cansada.






- ¡Sabía que debía cambiar esta maldita chapa! - después de dos tarjetas lo logré, subí las escaleras, me acosté.






Extraño, no podía recordarlo, "respiras lo azul y entregas el blanco", estoy segura de que eso dijo, pero creo que una parte me falta, mm... no, no lo recuerdo.






Y me dormí.






__









Desperté agitada, giré la cabeza y miré el reloj. Aun me quedaban dos horas para ducharme, vestirme y tomarme un café. Decidí que era más que suficiente así que encendí el televisor.



No pude concentrarme en lo que decía aquel tipo de la televisión, trozos de imágenes pasaban en este momento por mi cabeza, imágenes casi como fotografías de algo que sentía conocer. Una niña llorando en la oscuridad, un cigarrillo consumiéndose rápidamente, un miedo que se percibe en el aire, un tunel, un tunel eterno, sin luz, sin sonido, sin viento, sin camino, sin




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y en ese momento desperté de un salto, como si hubiese estado en un trance, miré el reloj y sólo pude salir corriendo, me vestí lo más rápido que pude sin siquiera desayunar.





LLegué a la puerta, la abrí de un tirón y me apresuré hacia adelante. Por supuesto olvidé que la chapa estaba mala y me fui de frente contra la puerta. Me dispuse a sacar alguna tarjeta para forcejear la chapa, y por supuesto, había olvidado mi bolso.


Me devolví, lo tomé, volví a la puerta y abrí.


Con pasos agigantados me dirigí hacia la estación, sabía que estaba retrasada pero no había mucho más que pudiera hacer. Cuando llegué no había tanta gente como estoy acostumbrada a encontrarme todas las mañanas cuando me dirigo al mismo lugar de cada mañana.


Avancé, sentí nuevamente el pitazo en un vagón prácticamente vacío, las puertas se cerraron, sólo me queda esperar. Luego de cinco estaciones descendí, salí a la calle y corrí. Corrí corrí y tropecé. Sin pensarlo me paré para seguir corriendo pero algo extraño sucedió, sentí el cuerpo pesado, la mente en otro lado, mis ojos no tenían claridad alguna, me dejé caer.


Cuando desperté, algo había cambiado en el aire, en el tiempo, a mi alrededor. Me sentí rodeada, pero aislada al mismo tiempo. Tomé una mano que me ayudó a ponerme de pie - gracias - dije como si estuviese atragantada con agua y partí caminando, ni siquiera miré hacia donde pero no quería detenerme a analizar lo que había pasado. Seguí caminando sin mucha claridad y me detuve frente a una vidriera, ví mi reflejo, pálido, asustado. Despeinada y con la polera arrugada y sucia. Miré el reloj que llevaba en la muñeca y en realidad ya no tenía ningún sentido llegar, tomé mi polera con ambas manos para así estirarla, la sacudí. Intenté ordenar mi cabello, y me pellizqué las mejillas para asi dejar de verme tan tristemente blanca.


Levante la cabeza, miré al cielo que resplandecía de un azul manchado de celeste y blanco, respire hondo hasta que no pude más, boté despacio y volví a caminar.


Bajé las escaleras, nuevamente sentí el pitazo, me senté, cerré los ojos.


Todo se veía negro, negro abrumado, negro sin esperanza, desolado. Escuché mi estación y nuevamente me encontré caminando. Pero esta vez lenta, cansada, sin fuerzas ni motivación, como si fuese a morir en ese mismo momento y lugar.


Me pareció de mal gusto lo que estaba pasando por mi cabeza, así que hice un esfuerzo y segui caminando. Esta vez tenía claro del forcejeo que me esperaba a la entrada de mi casa asique llevaba la tarjeta en la mano.


Llegado el momento, puse la tarjeta entre medio de la puerta y el marco abriéndola sin mucha dificultad.


Tiré el bolso al suelo, pase a la cocina y puse la cafetera a funcionar. Entré a mi pieza, me saqué la polera, luego el pantalon, me puse la camisa desaliñada con la que duermo.

Olvidé el café.

Olvidé mi vida.

Olvidé su cumpleaños, no tenía como saber que moriría al día siguiente


- ¡No tenia! - me eché a llorar.


- ¡Cómo podía saber que se estaba muriendo!

nunca dijo nada, siempre la vi igual, radiante, feliz, quizás ya no reía como antes, pero asumí que eran características de la edad, yo deje de reír hace dos días y no es porque me estoy muriendo. ¿O si? - sentía la humedad de mi cara.


Sólo ella sabe cuanto la amé, mi hermana siempre fue la mejor.







Crónicas de las 3:25 am con ojeras.