viernes, 11 de abril de 2008

TOMA TÉ

Cuando tenía cinco años, entré a un colegio que quedaba cerca de mi casa, no tenía muchas amigas, pero sí tenía un par que eran las mejores, nos amábamos.

Cuando cumplimos seis ya éramos inseparables, éramos las TOMA TÉ. La Tona, la Tere y yo, la Manuela.

A la Tona le encantaba decirme Macanuela, porque decía que yo era su amiga más macanuda de la tierra, pero las otras personas me decían Mane.

Súper de cabra chica, pero en esa andábamos, nos creíamos la muerte y la pasábamos demasiado bien juntas.

Siempre nos juntábamos a tomar té y a jugar a las muñecas, en realidad era una gotita de té con mucha leche blanca, pero no importa, la cosa era que tenía té.

Cuando cumplimos doce años, la cosa empezó a cambiar, empezamos a pelear, a sufrir.

La Tona se puso anoréxica, y se empezó a deprimir, como a hundir en sí misma.

Al año siguiente no volvió al colegio, un día escuché que su mama le contaba a mi mamá por teléfono mientras lloraba.

- ¡No sé como no nos dimos cuenta antes! Soy la peor madre que existe, entró en coma, en la clínica nadie me da esperanzas, la hemos llevado con alrededor de diez médicos, nadie sabe que hacer, esto no es normal, esto no se supone que termina así, no lo puedo entender, ¿¡POR QUÉ MI HIJA!? ¡POR QUÉ! –

No lloré, pero si sentí como dentro de mí, algo se volvía negro.

Pasaron dos años, nunca más supimos de la Tona, ni de su madre, ni de su hermano Andrés.

Al Andrés yo siempre lo amé, en realidad siempre nos amamos.

Cuando yo iba a la casa de la Tona, y con la Tere se iban a ver la teleserie yo me escapaba con el Andrés y nos subíamos al techo. Siempre nos llevábamos chocolate, o lo que encontrábamos por ahí.

Con él yo me sentía increíblemente grande, era como apasionado, arriesgado, me encantaba.

Mi primer beso, se lo di al Andrés.

Me acuerdo que estábamos viendo el atardecer, estaba especialmente lindo.

Pasó su brazo por detrás de mi espalda y me acercó a él.

Dejé caer mi cabeza en la suya.

Cuando ya se perdía casi por completo el color del cielo, habló.

- Mane, ¿te quedarías conmigo para siempre?-

Me giré hacia él, y nuestras narices se toparon. Respiraba lo que salía de su nariz, sentía el aire tibio que exhalaba sobre mi cara.

Levantó la vista y nuestros ojos se toparon, no sentí la necesidad de mirar hacia otro lado, él era mi sueño de siempre, una sensación inmortal.

Ladeó su cabeza unos centímetros y me besó.

Ese momento lo recuerdo como si lo viviera cada día, a cada momento. Sus labios sobre los míos, sin propósito, sin apuro. Con pasión, con tranquilidad, como él, perfecto.

Al día siguiente, la Tona se desmayó en el colegio.

Con la Tere nunca hablamos del tema, nos era difícil, pero más que nada nos era doloroso.

La Tona era la más enérgica de nosotras dos, con la Tere nos queríamos mucho, pero nuestro lazo más potente, era sin duda alguna, la Toni.

Cumplimos quince, y fue al término del primer semestre escolar que la Tere se fue del país porque su madre se ganó una beca.

Ahí si lloré.

Nos habíamos acompañado siempre, incondicionalmente, perdernos era como el fin del mundo, o al menos así lo sentíamos.

Éramos más que inseparables, éramos como hermanas, y que nos separaran nos rompió el corazón a ambas, pero prometimos seguir en contacto, y con ésta promesa, se marchó.

Las cosas no fueron fáciles, le escribía todos los meses grandes y extensas cartas.

Pero en el colegio, no quería andar con nadie, no me sentía capaz de confiar en nadie, empecé a sentirme cada vez más sola, más triste, mas ahogada.

Recordé a la Tona, como me estaba pareciendo a ella en esa época justo antes de que cayera en coma.

Sabía en que podía terminar si me dejaba caer así, no podía permitirlo.

Me armé de valor, y me acerqué a una niña que no tenía mucha gracia, pero y bueno, uno nunca sabe.

La Jacinta, era alta y blanquita, ni muy flaca ni muy gorda, ni linda ni fea, dependía del tiempo, esa teoría jamás me la saqué de la cabeza. Con el sol se ponía radiante, pero bastaba que se pusiera a llover para que se viera tétrica, incluso asustaba, porque se veía pálida, muy al estilo de un personaje de Tim Burton.

De a poco nos fuimos conociendo, y me encontré con una persona bastante interesante. La Jacinta estaba decidida a estudiar música, cantaba como una diosa, era impresionante.

Y así, juntas, llegamos a cuarto medio.

Yo no tenía claro que quería hacer de mi vida, pero mi mamá me había regalado un viaje a Londres para el próximo año, por lo que aún me quedaba un año para pensar y todo eso.

Le mandé una última carta a la Tere antes de partir, le conté como estaba todo y me despedí de ella hasta nuevo aviso.

Terminadas las vacaciones, fui a dejar a la Jaci en su primer día y una semana después pasé a su casa a despedirme y partí al aeropuerto.

Llevaba una maleta y un bolso de mano que me había mandado la Tere para navidad, estaba muy ansiosa, no sabía que me esperaba y eso me encantaba.

Cuando subí al avión busqué mi asiento, daba hacia la ventana.

Llevábamos dos horas de viaje y vi reflejada a una azafata en la ventana, se había detenido un segundo frente a mí y luego había seguido su camino.

Despegué la frente de la ventana para llamarla, pero antes de abrir la boca para hacerlo noté que había un sobre encima del asiento de al lado.

Éste decía mi nombre.

Lo abrí y saqué un papel que había sido doblado a la mitad y afirmado con un pedazo de scotch, un chocolate y una flor.

Quité el scotch y abrí el papel.

Una lágrima de emoción resbaló por mi cara.

MANE, ¿TE QUEDARÍAS CONMIGO PARA SIEMPRE?

Con una desordenada caligrafía y una brillante tinta negra.

Tuve el impulso de pararme y empezar a buscarlo, pero algo dentro de mí tenía claro que él no estaba dentro del avión.

Después de conocerlo y enamorarme de él, había aprendido a reconocer su presencia, así a veces lograba topármelo en el colegio, o en la calle.

Impresionante, después de todos estos años, de todo lo que pasé, de todo lo que nos perdimos el uno de otro, aún lo amo, incondicional y perdidamente, lo amo.

Pasé gran parte del viaje imaginándolo, tratando de adivinar donde estaría, recordé todas y cada una de las tardes que pasamos juntos, pero eventualmente, me ganó el sueño.

Cuando llegamos, la misma azafata que había visto reflejada en la ventana el día anterior se encontraba frente a mí.

Sus ojos estaban llenos de lágrimas, me sonrió.

Nunca creí que volvería a verte, ¿me recuerdas Macanuela?

Creo que palidecí, me quedé perpleja.

La observé de arriba abajo, una y otra vez.

Era posible, claro que sí, esa mirada, esa sonrisa coqueta, esa melena rubia, era ella.

- ¡¡TONA!! – me puse a llorar.

Ella también se puso a llorar y se abalanzó a mis brazos. Nos abrazamos como uno abrazaría a alguien que renace de las cenizas.

Yo creía que la Tona estaba muerta, desde hace muchos años que la había dado por muerta.

No lo podía creer, todo esto era demasiado, era demasiado maravilloso para ser verdad, aquí estaba, frente a mí, viva, radiante, como yo la conocía.

Nos sentamos en un café y me explicó que tres años después de que cayó en coma, su madre había logrado trasladarla a Estados Unidos, donde lograron que recobrara la conciencia y que volviera a recuperar todas aquellas funciones que había perdido.

- Eso fueron años y años, no te imaginas –

- Creo que puedo intentarlo, pero en realidad es algo que no estoy ni cerca de conocer, ¿Pero cómo terminaste aquí? –

- El Andrés se vino a vivir aquí cuando yo me mejoré – se me hizo un nudo en la garganta, creí que gritaría, o me volvería loca.

- Viví con mamá unos años y luego me vine con Andrés que me consiguió trabajo como azafata –

Yo me había desligado totalmente de lo que la Tona estaba diciendo, nuevamente Andrés ocupaba mi cabeza y no sabía como preguntarle a mi amiga lo que quería saber.

- ¿Lo amas?

Abrí mucho los ojos, no sé porque hice eso, como si quisiera parecer extrañada por la pregunta.

- Lo amo.

La Tona se puso a saltar y a aplaudir, como si tuviera seis años.

- ¡Lo sabía! Yo sabía que ustedes iban a terminar juntos, pasara lo que pasara. Macanuela, él está esperándote, toda su vida ha estado esperándote, el problema fue que cuando yo me enfermé, el Andrés dedicó su vida a cuidarme, a encargarse de mí, para que mi madre pudiese aprovechar su beca y estudiar. –

Me pasó un papel, en el que salía una dirección.

- No puedo acompañarte, porque tengo que subirme a un avión en una hora más, pero si le dices a cualquiera de esos taxis que están allá afuera la dirección, te llevarán de inmediato, te prometo que cuando esté de vuelta podremos hablar, ¿Okay?

- Bueno amiga, deséame suerte –

- ¡No la necesitas! Jajá tú tranquila.

Nos dimos un último abrazo, fui a buscar mis maletas, tomé un taxi y me dirigí a la dirección que indicaba el papel amarillo que me había entregado la Tona.

Llegamos, estaba muy nerviosa, mis manos temblaban. Le pagué al taxista con el dinero que llevaba en el bolso pequeño, fue una suerte que me alcanzara.

Era una casa de madera, bastante bonita, acogedora.

La puerta estaba abierta, y dudé un segundo si entrar o no, pero reconocí, a través de la ventana, un cuadro que colgaba en la pared.

Entré.

Al fondo, había un enorme ventanal del que se veía una escalera apoyada. Di una mirada rápida alrededor, pero sabía perfectamente donde estaba.

Dejé mi maleta en la entrada, colgué mi bolso en una percha y me dirigí afuera.

Subí las escaleras. Ciertamente estaba menos flexible y mas temerosa, cuando llegué arriba una mano me ayudó a subir. No fui capaz de decir absolutamente nada, se posó enfrente de mí.

- Recordé que jamás me respondiste Manuela.

-

- ¿Te quedarías conmigo para siempre?

Fallé, no lo pude evitar, sentí caer lágrimas por mi cara.

- Sí Andrés, para siempre –

Sonrió. Jamás he extrañado algo como extrañaba esa sonrisa

Me besó, como nunca me había besado, como nunca había soñado que me besaba, como él, perfecto.