lunes, 26 de mayo de 2008

Al vuelo en mi cabeza.

Vuelta. Giro. Forma. Brillo
Cálido azúl
Cálida lluvia que cae sobre mí.

Fuego clandestino, ilusión.
Caminos tardíos, desilución.

Dispersión, energías galácticas, mi voz.
Tu amor, bañado en chocolate, criminal.

Espiral es mi cabeza
espirales y frambuesas
dulce y salado
tu cuerpo y tu alma acabado.

Me provoca tener sueño
ser avión y estar al vuelo
incendiarme y explotar
pasaré la vida sin respirar.


Misterios en tus sueños
escenas en los míos.
Nubes negras, corre el día.

Imperfección. Duda. Pura azúcar. Pura brisa.

Empújame
déjame caer del precipicio
al río, al vacío
a mi soledad.

lunes, 19 de mayo de 2008

Tiempos de lluvia


De golpe despertó, se levantó de la cama y corrió afuera.

El reloj marcaba las 00:00 hrs. Ni más ni menos.

Sacó un cigarrillo del bolso que llevaba consigo, lo prendió nerviosamente pasando a llevar su dedo con la llama del encendedor.

Sentía como sus movimientos se atarantaban unos sobre otros, como ninguno lograba terminar antes de que comenzara el otro, y la desesperación de cada uno hacía que su intranquilidad fuese más y más evidente.

El humo del cigarrillo se veía aumentado. El vapor blanquecino que emanaba de su boca por el sólo hecho del frío, era bastante.

Las piernas le temblaban, y también las manos al llevárselas a la boca.

Inspiraba, llenaba su boca de humo, aspiraba, y exhalaba.

Sencillo, común, pero mortal. Quien lo diría, casi trivial.

La noche la rodeaba, el bajo cielo oscuro, negro.

Una luna ausente casi en su totalidad, frívola.

La puerta de la casa se mantenía abierta gracias a una piedra que había por allí cerca, se veía entrar la brisa congelada de afuera hacia dentro, como se repartía, como inundaba de triste soledad la casa.

Cuando el reloj marcaba las 2:45 a.m., entró.

El frío parecía ser peor dentro que fuera. Cerró la puerta con fuerza y se dirigió a su habitación en el segundo piso.

Uno a uno, arriba, arriba, paso, paso, paso. Llegó.

Las paredes estaban rasgadas, los ataques de furia residían en cada rincón. El papel tapiz, rasgado, aún se veía en algunas partes.

Boca abajo se estiró en la cama, la almohada húmeda contra su cara. El despertador no marcaba la hora porque yacía en pedazos a un lado de la cama, pero el reloj que seguía funcionando en la cocina, marcaba las 3:00 a.m.

Se hallaba atada de brazos y piernas, forcejeando entre gritos y gritos.

- ¡Mátenme ya! ¡Mátenme de una vez que quiero libertad!

El frío le recorría el cuerpo, las lágrimas entorpecidas se mezclaban con la sangre que salía de su nariz.

Cada tanto alguna resbalaba dentro de su boca dejándole un sabor a sal desagradable, la angustia la empezó a marear, la sangre no cesaba y justo antes de morir, despertó.

6:30 a.m.

Despertó machada en sangre, la nariz, la boca y el cuello.

Sentía arderle la frente, el cuello, el estómago.

El televisor se había encendido, haciendo retumbar la casa con el exceso de volumen. Con el dolor del cuerpo se levantó de la cama con torpeza y desenchufó el aparato. Estaba viejo y loco, no se le podía culpar, estaba todo lleno de polvo y de años.

En el baño se limpió con agua fría y una toalla que ahora lucía manchas rojas por todas partes. Una vez limpia tiró la toalla a la basura, volvió a lavarse la cara, tomó su pelo en un moño y volvió a su habitación.

Tuvo miedo de volver a dormir, así que siendo las 7:15 a.m. bajó a la cocina, encendió la radio. Ray Charles, llevaba dos semanas sonando el mismo disco.

La pila de platos sucios se mantenía intacta, pedazos de otros platos aún quedaban en el suelo. Sobre el refrigerador había muchas cajas de cereal en su mayoría vacías. Las agitó hasta encontrar la que aún tenía. Tomó la caja de leche blanca y vertió su contenido dentro de la caja de cereal.

Tomó una cuchara de la gaveta de los cubiertos, notando que le era imposible comer bien, dio vuelta la caja en un plato y salió de la cocina.

Tocaron a la puerta.

- ¿Sí? ¿Quién es? –

- Señorita Consuelo, soy yo, Carolina –

Abrió la puerta enseguida.

Carolina era una joven de corto pelo rubio, llevaba enormes aros negros y una sonrisa extensa que llenaba su cara.

- Buenos días Carolina –

- Buenos días señorita, vengo a ayudarle con la casa, como le dije que vendría cuando pasó por la tienda –

- Ah claro, adelante. –

Subió las escaleras con la joven detrás, al ver la pieza desgarrada y la cama cubierta de sangre no hizo mayor expresión.

- ¿Dónde puedo encontrar sábanas limpias?

- En el closet del pasillo. Me voy a ver la televisión abajo, llámame si necesitas algo.

Saco unas relucientes sábanas amarillas del closet y se dirigió nuevamente a la habitación. Cogió cada pedazo de papel tapiz que pudo rescatar del suelo y los apiló en un rincón.

Recogió los pedazos del despertador destrozado y los arrojó a la basura con los demás papeles, bolsas, etc.

Aunque hubiese querido llamar a Consuelo, ésta no hubiera escuchado, la sala de la televisión estaba muy bien aislada y poseía un par de puertas muy firmes. Para su suerte nunca necesitó llamarla.

Luego de cambiar las sábanas, cogió pegamento de su bolso y comenzó a pegar el papel tapiz que había apilado a la pared, pedazo a pedazo la pared dejó de verse tan triste, no era una obra de arte, pero al menos no se veían espacios rasgados ni arañados.

Cuando intentó abrir las cortinas éstas estaban tiesas, no parecían haberlas movido hace años, tuvo que ir a buscar una silla, pararse sobre ella y forcejear. Luego de unos minutos cedieron, pero la pelea siguió cuando quiso abrir las ventanas.

Sin nunca perder la calma logró dejar las cortinas a los lados y las ventanas abiertas, el aire empezó a circular y la habitación se llenó de luz y aroma a primavera.

Aunque el olor probablemente provenía del aerosol que Carolina se había molestado en esparcir antes de irse.

- ¡AAH! POR QUÉ, ¡DIME POR QUÉ ME HACES ESTO! – desenfrenada se agitaba en el suelo, tenía los ojos cerrados, estaba soñando. Nadie la escuchó, nadie la escuchaba, esa sala había sido muy bien construida.

Carolina ya estaba en la cocina lavando los platos, las tazas, los vasos, los cubiertos, y las miles de ollas y sartenes que tenían grasa y alimentos pegados.

Sin seña alguna de asco lavó cada una de las cosas que estaba sucia, luego las secó y las guardó. Trapeó el suelo con lo que encontró y antes de irse se aseguró que la cocina se impregnara de aroma a primavera.

- ¡Ya me voy! ¡Si necesita cualquier cosa llámeme por favor! -

Cuando cerró la puerta al salir, el reloj marcaba las 10:43 a.m.

En la casa sólo se sentía el eco que había producido el cerrar de la puerta tras Carolina, la sellada pieza no dejaba escapar el sonido de la televisión y ella yacía, cansada, en el suelo.

Fue a las 11:12 a.m. cuando la lluvia empezó a agitar las ventanas, el viento a alborotar los árboles y las cortinas.

El ruido la despertó, tenía las marcas de la alfombra esculpidas en la cara, apagó el televisor y salió de la habitación.

-¿Carolina? ¿Sigues aquí? ¿CAROLINA? –

Ni siquiera el eco respondió a su pregunta.

Se dirigió a las escaleras y las subió.

Un vendaval, eso se encontró en el piso de arriba, las ventanas abiertas de par en par, las cortinas húmedas se agitaban con fuerza, el piso de madera mojado también. Corrió hacia las ventanas para cerrarlas pero estaban muy oxidadas y tiesas, con ambas manos las sacudió sin obtener resultado, con las manos las golpeó para moverlas pero éstas no cedieron.

Se desesperó, se puso a gritar mientras golpeaba las ventanas, pero éstas no cedieron.

- ¡La puta madre! ¡Por qué mierda no quieren cerrar!

Bajó corriendo las escaleras, abrió la puerta y salió al patio, mientras se mojaba miraba alrededor en busca de algo. Efectivamente la tormenta había destruido un árbol, agarró un grueso tronco y lo llevó adentro.

Una vez arriba, comenzó a golpear las ventanas con el tronco para cerrarlas, de a poco comenzaron a ceder, pero ella ya no se calmaba. Las manos le dolían por el rasgado tronco entre ellas, sus zapatillas estaban húmedas y no eran especialmente aptas para la lluvia.

Justo cuando golpeaba la última ventana para cerrarla, uno de sus pies se resbaló haciendo que perdiera el equilibrio dándole con el tronco un golpe al vidrio que estalló en pedazos en la habitación. Uno pasó cortándole la frente y otro la hirió en el brazo. Todos los demás quedaron repartidos en el suelo, la cama y el marco de la ventana.

Tiró el palo al suelo y se echó a llorar, el brazo le sangraba sin detenerse y aún conservaba el vidrio incrustado. Entró al baño y lo quitó con una pinza, se sacó el pañuelo que tenía al cuello y lo dio vueltas alrededor de la herida haciendo presión.

Ni siquiera notó el pequeño rasguño que tenía en la frente.

El reloj de la cocina ahora marcaba las 12:23 p.m.

En el refrigerador estaba la lista con los números de teléfono, muchos de ellos estaban tachados, sin mucho meditar tomó el teléfono y llamó.

- Cariño disculpa que te moleste, pero es que he tenido un problema y necesito ayuda.

- Si pudieses traer alcohol sería maravilloso, y vendas o algo por el estilo.

- No, no creo necesitar nada más gracias.

- Muchas gracias, te espero.

A las 12:35 p.m. llamaron a la puerta.

- ¿Se encuentra bien?

- Sí bueno, en realidad no es nada del otro mundo, pero tuve un accidente cuando intentaba cerrar las ventanas de arriba – enseñándole el brazo a la joven.

Carolina sintió pasar la culpabilidad por su espalda, su cabello estaba mojado y sus zapatos negros de barro.

- Vaya lo siento muchísimo, pero no se preocupe, traje lo necesario para curarla, y no se preocupe que yo me encargo de la pieza en cuando termine con usted. ¿Y lo de la frente también se lo ha hecho con la ventana?

- ¿Qué de la frente?- palpándosela con los dedos.

- Tiene una pequeña cortada, es tan pequeña que ni se dio cuenta, no es nada no se preocupe.

Carolina quitó el ensangrentado pañuelo del brazo de la mujer, ésta no hizo mayor alegato, desinfectó la herida y la cubrió con gasa, luego con una venda la enrolló.

Una vez listo eso, se levantó del sillón, tomó la pala y la escoba y se dirigió arriba.

El suelo de la habitación parecía aún húmedo, manchas de sangre describían un camino desde la ventana hasta el baño, trozos de vidrios reflejaban luz de vez en cuando haciéndose ver, sobre la cama y por todas partes en realidad. Un tronco grueso, austero, apoyado en la pared.

La lluvia no parecía haber alivianado el aire, pesadas nubes se extendían en el cielo, la oscuridad era mucha para tan temprana hora, el viento agitaba los árboles, la desesperación de las hojas que caían amontonadas al suelo.

Carolina pegaba pedazos de cartón y hojas de periódico a la ventana rota para evitar el paso del frío viento. Luego limpió la sangre del suelo y quitó cada pedazo de vidrió que encontró, barrió toda la habitación y se llevó el tronco con ella al piso de abajo.

- ¿Almorzó ya?

- No, ni siquiera lo había pensado, ¿qué hora es ya?

- La 1:15. Si quiere puedo preparar almuerzo, ¿tiene algo acá?

- Debo tener, en la despensa puede haber arroz.

- Bueno, usted no se preocupe, yo veo que hacer.

20 minutos más tarde, Carolina preparaba carne y arroz.

- Disculpa, ¿no has sabido nada de él?

Carolina palideció, Consuelo había entrado a la cocina, sus ojos estaban hinchados, y su expresión parecía la de alguien que acababa de despertar de un largo sueño.

- No he sabido nada de nada, ya he llamado a varios de sus amigos y nadie sabe de él. Perdón – dicho esto volvió la cabeza y fijo la mirada en la olla.

Consuelo dejó la cocina, con los ojos y la cara llenas de lágrimas, corrió afuera y se echó al suelo a llorar. El suelo estaba mojado, ahora ella también lo estaba, ahora chispeaba y el viento amenazaba con volver a agitar todo.

1:50 p.m.

Efectivamente, el viento empezó nuevamente a descontrolar el alrededor, la lluvia empezó a golpear nuevamente con fuerza, Consuelo, inmóvil en el suelo, se ahogaba entre lágrimas y lluvia.

Carolina apareció en la puerta, horrorizada se puso a gritar.

- ¡Salga de ahí! ¡Señorita Consuelo! ¡ Se va a enfermar, venga adentro!

Pero Consuelo parecía no reaccionar. Seguía en el suelo, llorando.

Carolina corrió, la tomó por ambos brazos para levantarla, se la echó encima y la llevó adentro. La apoyó en el sillón y se fue a buscar ropa seca y toallas.

La seco y le entregó la ropa para que se cambiase. Luego de mucho insistir, Consuelo se levantó y se dirigió al baño.

Humo comenzó a salir de la cocina, algo se quemaba, pero Carolina estaba más preocupada por la inerte Consuelo que de la comida.

Fue a la cocina y cortó cada fuego que estaba prendido, sacó del horno la quemada carne, rescató la que pudo y sirvió dos platos.

Consuelo apareció, fría y blanca, en el comedor. Se sentó y su cuerpo tiritaba, Carolina fue en busca de abrigo y la arropó lo que más pudo, pero Consuelo no parecía mejorar.

Por primera vez Carolina sentía que perdía verdaderamente la calma, sentía que la desesperación la inundaba por dentro y resolvió abrazar a Consuelo y arroparla con sus brazos, de sus ojos brotaban lentas y pausadas lágrimas que recorrían sus mejillas hasta caer.

- Podemos ir a buscarlo, son las 4:30, aprovechemos la poca luz que nos queda –

- Está bien -

Carolina tomó las llaves del auto y ayudó a Consuelo a llegar a él. El viento y la lluvia habían cesado.

Dieron vueltas y vueltas en el auto, mirando los callejones, los quioscos, las tiendas, etc.

Pasaron dos horas y media, y ya perdían las esperanzas.

- Devolvámonos, ya está oscureciendo y no me gusta este barrio en la noche –

- Quizá tenga razón, podremos seguir buscando en la mañana.

En el camino de vuelta, las calles de a poco se empezaron a llenar de grupos de personas, en una luz roja, en una de las casas se abrió la puerta de golpe.

Apareció un hombre, que ninguna de las dos pudo distinguir en la oscuridad, empujando a otro hombre que se movía con dificultad, lo tiró al suelo y lo pateó.

Consuelo pasmada bajó el vidrio.

- ¡Maldito hijo de puta! La próxima vez que te vea por aquí te mato, ¡que no te quepa duda que te mato!-

Dicho eso volvió a entrar a la casa cerrando la puerta tras de sí.

- ¡Manuel!¡Hijo! ¡Carolina, es él, está todo herido, detén el auto rápido! –

Carolina abrumada, estacionó el auto a un costado y ambas se bajaron.

Manuel no se movía inconsciente en la acera, su cara ensangrentada y su cuerpo magullado. Lo tomaron entre las dos y lo metieron en el auto.

Sus muñecas estaban moradas, tenía la nariz rasguñada y probablemente rota, la boca llena de cortes y asimismo el cuello.

A las 7:30 p.m. ingresaron al hospital, Manuel aún no recobraba la conciencia.

Fue a las 7:50 p.m. cuando pudo hablar.

- Hijo mío, ¿qué te hicieron? Por dios explícame que hacías ahí.

- Hace dos días descubrí que uno de ellos fue el responsable de la muerte de papá, me propuse encararlo hasta que se arrepintiera, llevaba una navaja y un revolver, no pensé con claridad. Cuando los encontré de noche en la calle, y me propuse pelear, aparecieron muchos y alguno de ellos me pegó por atrás.

La próxima vez que abrí los ojos estaba atado de brazos y piernas, me quitaron la navaja y me hicieron lo que ves – Manuel y su madre lloraban, angustiados pero aliviados también de haberse encontrado.

Carolina esperaba afuera, no se sentía capaz de entrar. No después de todo lo que había pasado en el día.

Consuelo por su parte, comenzó a recordar los extraños sueños que había tenido durante el día, la sangre, las cortadas. Cuando iba a contarle a Manuel algo pasó, porque extraños pitidos salieron de máquinas, Manuel cerró los ojos, miles de doctores entraron a la pieza y la obligaron a salir.

- ¿QUÉ OCURRE? ¡QUÉ ALGUIEN ME EXPLIQUE QUE ESTÁ PASANDO!

Carolina exaltada se dirigió a ella, pero ya no podían hacer nada.

Ambas abrazadas, se echaron a llorar y luego de un rato se dirigieron afuera.

A las 12:00 de la noche Manuel dejó definitivamente de respirar y fue declarado muerto, la lluvia remecía nuevamente la ciudad.

Al día siguiente Consuelo adoptó a Carolina como su hija.