martes, 1 de febrero de 2011

El repartidor


Ibas tartamudeando hacia adelante, que pena me dabas, quería tomarte, cogerte del brazo y arrastrarte. Y tú ibas como tartamudeando necedades, como tarado, revoloteando en tu sin sentido, en tu obsesión enfermiza, en tu negación sangrante

Y me preguntabas ¿dónde estamos?
y yo no te decía nada
Y querías decirme algo, y la voz no te salía, no la tenías
¡habla! ¡dime algo!

Y tu silencio se iba poniendo negro, como de asterisco, como de agujero negro, y se entornaban tus ojos tartamudos, estáticos

Desde los pasillos envueltos de neblina, se acomodaba las cejas tupidas de ideas vendidas, se arremangaba la camisa y dejaba entrever los brazos flacos, bellos, delgados, llenos de nada, de carne seca, un montaje de piel muerta.

Los hacías brillar a la luz y me los enseñabas, yo quería tirarte del brazo, arrancarte ese brazo de mentira, y tú, solo querías mostrármelo, venderme tu crucigrama de embustes, tus joyas de embutido.

No necesito luceros ni diamantes
ni embustes llenos de flores
ni palabras con olores
ni silencios
ni más mentiras
y en esa obsesión tuya
yace tu cuerpo inerte

El frío de la madrugada me entraba por los tobillos, iba tambaleandome, entre lo difuso y lo bebido se balanceaba el peso de mi cuerpo, con un brazo extendido y expectante.
Cerrada la figura y de brazo tomado el camino breve los dejó exhaustos, se detuvieron, y un sopor amable los abandonó al sueño, y sin palabras, de madrugada se despidieron.