lunes, 29 de noviembre de 2010

Voto de silencio

A momentos pienso que solo es mi mente jugando conmigo, traicionándome, pero qué es lo verdadero si es que mi mente miente, no tengo más verdad que esa sobre mí misma.

Buen tiempo ha pasado desde que una de mis películas solitarias no lograba el ansiado objetivo de torcerme el pensamiento hasta poner en mi entendimiento una opción a mis tormentos, hoy en la tarde tuve la suerte, pero, todavía no me decido.

Perdí el control, la concentración, la enfermedad no cesa, la comida es ansiedad, es malestar, el alma me repudia el cuerpo y mi mente se llena de cenizas, de humo negro, y comprendo que solo la expresión en voz alta de todos estos conflictos, productores de tanto caos, es la salvación. No puedo aún sacar la voz, y como el cuerpo es mezquino y sufre de resentimiento, me quita la voz.

Un voto de silencio, pienso quizás sería suficiente para empezar, para reencontrarme, volver a acallar mis disparatados pensamientos, volver a oírlos, en la calma de mi soledad, porque sinceramente ya no sé donde estoy, dónde están mis amigos, dónde está mi concentración, mi dirección, necesito centrarme, y no puedo encontrarme más perdida, me está volviendo loca.

Siento como se va nublando todo, y realmente no logro diferenciar entre aquello que es cierto y aquello que mi mente quiere adoptar como cierto para librarme del caos y retraerse a sí misma. Necesito saber dónde están mis pies, y saber que puedo elevarlos con libertad, quiero mi libertad, quiero sorprenderme, necesito (más bien) sorprenderme, o temo que se pierda todo.

Mientras tiembla, pienso que mi interior también se agita, tengo miedo a quedar muda, tengo miedo a perecer indiferente, porque sé que si no encuentro la solución a mis conflictos, voy a terminar lléndome, desapareciendo.

No quiero irme, me gusta esta vida, pero si no me emociona, si no me eleva, voy a terminar abandonándola. Y lo sé, porque mi piel se vuelve hielo y si no siento, la frialdad me vuelve a dibujar el cuerpo y me vuelve inmune cuando menos debo serlo, no quiero ser inmune, quiero que la emoción vuelva, pero no sé como traerla de vuelta.

Quiero mi vida, y voy a guardar silencio hasta que mi mente sepa como recuperarla.

sábado, 13 de noviembre de 2010

Re encarnación


Tengo monstruos enfrascados en los costados del cuello
mis hombros aguantan disecciones caricaturescas
bultos fangosos, vertientes mohosas y extremidades deformes.

La teoría del equilibrio acumula el temblor de la escalera vacilando en mi cuerpo, la estructura se fue desarmando con el movimiento, las piezas fueron quedando en la piel sostenidas y los peldaños se irán desmoronando, uno sobre otro, resbalando. Se van deslizando mis posesiones superiores y van apretándose dentro de mis pies, y la putrefacción sobre mis hombres va envolviendo los espacios que van quedando vacíos de materia viva, y por las cuencas vacías corre ese líquido espantoso, viscoso, azuloso, lustrando la opacidad de los años, se va inmortalizando en la piel muerta.

Cada escalón al desprenderse va quebrando una costilla, el espiral de escalafones se contrae alrededor de los pulmones y los va aprisionando cuál víbora sedienta, se oyen silbidos, las últimas inspiraciones resuenan con eco en el pecho que fue quedando hueco, y la boa ya no se esmera, el peso muerto se desmoronó fugaz hacia abajo, dejando el cuenco vacío.

Desde arriba comenzaron a desperdigarse las vertientes espesas por la piel fresca, la muerte viva, ardiendo aún, el pulso irregular y desgarrado del que no quiere soltarse. Flotando sin esfuerzo los pequeños monstruos se iban abriendo paso en el vientre atestado de gente, de colmillos pequeños pero cincelados, fisuras de luz, mínimas trizaduras en los huesos corroídos y fracturados por el exceso de peso, las criaturas iban construyendo sus cunas en el desalojado cuerpo, pequeños cuencos se iban endureciendo a los costados, y las vertientes se iban limpiando en su descenso, el líquido se hacía liviano y cristalino.

Los pies, perdidos entre la multitud, cedieron la presión y se abrieron en trescientas cuerdas de madera que perforaron la tierra a toda velocidad, una a una fueron enterrándose con violencia y de cada una salían doscientas más que ataban las raíces a la tierra por completo.

Las vertientes cristalinas hasta la transparencia, inundaron cada raíz y siguieron hasta la última de ellas rociando el agua pura y nueva, filtrada en huesos y tejidos despedazados, el contacto del agua con la tierra desencadenó un torbellino indefinido que se extendió por las raíces del cuerpo hasta la copa, rodeándolo, revistiéndolo, el torbellino fue tensando la piel, la fue secando hasta dejarla hecha madera, las cuencas interiores formaron pequeños agujeros en el exterior y cada pasillo que las corrientes de agua densa habían dejado al interior del cuerpo, ahora eran trazos y hendiduras en el tronco del árbol, los monstruos aún sobre los hombros reventaron en sus frascos, y entre vidrios y fango, se fueron trenzando en lo que antes fue cabello, las extremidades llevadas por el viento perdieron también la suavidad y eran madera tierna, ramas gruesas, ramas frágiles y minúsculas, se iban extendiendo, y de entre las ramas un frescor azulino pintaba las hojas que iban tupiendo la copa del árbol, reanimándolo.