sábado, 13 de noviembre de 2010

Re encarnación


Tengo monstruos enfrascados en los costados del cuello
mis hombros aguantan disecciones caricaturescas
bultos fangosos, vertientes mohosas y extremidades deformes.

La teoría del equilibrio acumula el temblor de la escalera vacilando en mi cuerpo, la estructura se fue desarmando con el movimiento, las piezas fueron quedando en la piel sostenidas y los peldaños se irán desmoronando, uno sobre otro, resbalando. Se van deslizando mis posesiones superiores y van apretándose dentro de mis pies, y la putrefacción sobre mis hombres va envolviendo los espacios que van quedando vacíos de materia viva, y por las cuencas vacías corre ese líquido espantoso, viscoso, azuloso, lustrando la opacidad de los años, se va inmortalizando en la piel muerta.

Cada escalón al desprenderse va quebrando una costilla, el espiral de escalafones se contrae alrededor de los pulmones y los va aprisionando cuál víbora sedienta, se oyen silbidos, las últimas inspiraciones resuenan con eco en el pecho que fue quedando hueco, y la boa ya no se esmera, el peso muerto se desmoronó fugaz hacia abajo, dejando el cuenco vacío.

Desde arriba comenzaron a desperdigarse las vertientes espesas por la piel fresca, la muerte viva, ardiendo aún, el pulso irregular y desgarrado del que no quiere soltarse. Flotando sin esfuerzo los pequeños monstruos se iban abriendo paso en el vientre atestado de gente, de colmillos pequeños pero cincelados, fisuras de luz, mínimas trizaduras en los huesos corroídos y fracturados por el exceso de peso, las criaturas iban construyendo sus cunas en el desalojado cuerpo, pequeños cuencos se iban endureciendo a los costados, y las vertientes se iban limpiando en su descenso, el líquido se hacía liviano y cristalino.

Los pies, perdidos entre la multitud, cedieron la presión y se abrieron en trescientas cuerdas de madera que perforaron la tierra a toda velocidad, una a una fueron enterrándose con violencia y de cada una salían doscientas más que ataban las raíces a la tierra por completo.

Las vertientes cristalinas hasta la transparencia, inundaron cada raíz y siguieron hasta la última de ellas rociando el agua pura y nueva, filtrada en huesos y tejidos despedazados, el contacto del agua con la tierra desencadenó un torbellino indefinido que se extendió por las raíces del cuerpo hasta la copa, rodeándolo, revistiéndolo, el torbellino fue tensando la piel, la fue secando hasta dejarla hecha madera, las cuencas interiores formaron pequeños agujeros en el exterior y cada pasillo que las corrientes de agua densa habían dejado al interior del cuerpo, ahora eran trazos y hendiduras en el tronco del árbol, los monstruos aún sobre los hombros reventaron en sus frascos, y entre vidrios y fango, se fueron trenzando en lo que antes fue cabello, las extremidades llevadas por el viento perdieron también la suavidad y eran madera tierna, ramas gruesas, ramas frágiles y minúsculas, se iban extendiendo, y de entre las ramas un frescor azulino pintaba las hojas que iban tupiendo la copa del árbol, reanimándolo.



No hay comentarios: