martes, 28 de septiembre de 2010

Cachorros con aletas


La miraba desde el otro lado
cómo se balanceaba de un lado a otro arrastrando los labios cortos sobre ese trozo de plástico.
La contorneaba con nostalgia, sabía ella lo irresistible que lucía desde este lado, inclinándose y con el semblante muerto de pena.

Como los peces se seguían, flotaban casi imperceptibles de un lado otro lanzándose burbujas de llanto con suspiros melancólicos y entre las algas se observaban de reojo sin pestañas.

A través del vidrio
acalorados se apretujaban y se mordían cariñosos como dos cachorros cálidos, las metamorfosis del aislante encendido, amor de criaturas, amor de leones.

Y despacio se fueron enredando como torbellino, besándose con temple de riachuelo, bordeándose como enredaderas en el tejado de luna sobre las olas, tartamudeando los testimonios más crudos y más azucarados mientras se huelen con narices sabuesas las pieles almidonadas con besos amortiguados.

Pueden amarse como las tortugas
cómo se aman las tortugas
tan despacio que una caricia dura 25 años y puede alcanzarnos la muerte a medio labio o acorazados en la oscuridad.

Pueden amarse como las abejas
a toda velocidad solo por 46 días, sobrevolando y dando una vuelta y media a la tierra o anclados en el oro achicharrado de la colmena, ámense como las abejas, como el néctar más dulce, amor con miel, amor con aguijón, amor de corta duración.

O puede ser como la sangre, que hierve, se esparce, corre, se acumula, se desplaza, se derrama, efervesce, se vuelve loca, se aprisiona, y me hincha la boca pegajosa de amor en tu boca roja.