domingo, 15 de noviembre de 2009

Si de relojes hablamos




Amores cansados o casados
y en la certidumbre de que lo humano es detestable como alucinante
se cansan mis brazos de sostener desamores lánguidos,
incompletos.
Y qué sera sostener corazones hinchados y apaleados de rechazo
que gozo sería cobijarlos y sacarlos del vicio, de su monotonía.
Y el propio, como fruto seco, vacilando en su triste rama,
oscilante, tentando a la caída final, para no seguir muriendo sin morir.

¿Qué se hará?

Me pregunta paciente de tanto esperar, si en vida no hay refugio suficientemente cálido ni espacioso, ni lluvia lo suficientemente clara ni sincera.

Dónde acaba la tortura, dime, dónde acaba.

Si de albergarme fuese todo, no habría carencia ni vacíos
descansaríamos plenos en la noche.
Quiero mi fuego, quiero mi lluvia, quiero mis tormentas de viento
¡Dónde quedaron mis tormentas de viento!

Limpia mi alma, sin cuidado, no hay necesidad de brisa
soportaremos la ventolera.
Ábreme esos brazos, como sauces al cuerpo y deja envolver mi llanto en sus hojas, hasta en su brevedad, en su hojarasca déjame dormir.

Y en despeinar mi nostalgia
que me lleve la marea
que me arrastre a su amparo
donde amar no se diga.

Por la ruta voy dejando las piezas
todas y cada una
desarmo mi engranaje
negro y oxidado.

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