jueves, 18 de agosto de 2011

El guerrero despierta


Hay una historia detrás de ese piano
no supe tal vez si tenía mi nombre en realidad
da igual, son mis notas sonando, narrándome
Y por qué no, devolviéndome.

Ahí entre esas cuerdas de piano empezó un remolino
un escondrijo mohoso de dolor achicharrándose
de mí, acurrucándome en llanto de tu muerte
en tu muerte de adolescente perdido, fantástico, vicioso.

Me observabas desde allá arriba, con tus pies sobre la mesa, revolcarme en pena viscosa, verde de pestes, negra de mentiras, de datos cambiados, de exámenes alterados, de fechas ilusorias, y allá mismo se iba levantando un escudo de piedra, un murallón de concreto, un dolor de vida perra.

Querías vendarme los ojos, querías venderte a mis brazos, querías que en ese lecho de mala muerte te ofreciera mis brazos, te cobijara y allá te durmieras para levantarte en gloria al día siguiente, clamando milagro ¡milagro!

Y yo sin entender, sin entenderte, sin entenderlo, es que lo entendía todo.
No había más muerte que tu deseo histérico de mi abrazo, ni había más lecho que tu red de metáforas de enfermo, tus ojos de pulcro vacío, aullándome.

Te abrías la piel, y me enseñabas la sangre densa correr en delgados hilos por esos brazos indefensos, asesinos, yo me desangraba por dentro, me iba pudriendo de miedo, y fui escondiendo las manos, los brazos, la cabeza, y mis ojos, con recelo, dejaste mirando a su frente, al próximo, a esa traición de sangre que quebraste sobre mis brazos arrullándote.

Corran que el niño se nos muere, y allá sola quedó la tonta.

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