domingo, 13 de marzo de 2011

Desechos y bienhechos

Cuando la vida era un hemisferio desierto, necesitaba guirnaldas y juegos de luces para despertar los tiempos muertos, para iluminar un norte al azar y avanzar deliberadamente hacia el límite donde se extinguía la luz.

Con eso y todo la luz divagaba por los alrededores como la del faro
mis ojos la perseguían
y el paso aún estático no sabía decidirse

Entonces pasaron las estaciones
algunos no sobrevivieron el invierno
y yo iba cavando mis raíces a lo profundo
y así sostuve el invierno, el frío y la ventolera.

Entonces volvía el calor y había que desarmarlo todo de nuevo, rescatar los sueños de la tierra seca y buscar la fuente nueva.

Decidí jugar con los niños, y correr hasta el cansancio, dejar que con sus manitas torpes me tiraran el cabello y me pidieran abrazos y cobijo, y entre juegos yo era una niña otra vez.

Para el otoño, crecer, y ya no seguir con los juegos, tomar los años y enfrentar la ciencia y el incólume desconocido. Vencer el miedo y dejar los cachureos desparramarse tras los pasos, sin mirarlos atrás, despedirlos.

A nadie he regalado mi infancia, y un príncipe fue el que me enseñó a cerrar los ojos, porque entre momentos se pierden las almas mágicas de lo mundano.

En heridas abiertas y en el eterno fin del mundo anda dando vueltas la vida, perdida, intentando encontrarse con los ojos abiertos, fatigada.

Voy a cerrar los ojos, y en el descanso encontrar la entrada que es en sí mis lágrimas y mi amor latiendo de entusiasmo, mi vuelta al mundo y la salida a la interminable bodega de cosas sin sentido.

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