martes, 25 de agosto de 2009

Entrecruces


Aló
No te lo puedo creer
Sí, en realidad el sábado se veía bastante mal
Bueno, muchas gracias
Sí claro, nos vemos.

Tomé mis cosas, no me molestaba partir temprano a casa, la tarde estaba fresca, no me molestaba caminar.
Busqué el reproductor por la mochila, que llena estaba mi mochila, y ahora, no usaría nada de lo que llevaba dentro. Saqué también los audífonos, con gran dificultad desenredé cables y cables, eran un mismo cable, enredado en muchas partes.
Vi la cajetilla, brillante en el caos de mi mochila, hice caso omiso de su presencia, no quería desvirgarla hasta que el momento fuera el preciso, el maravilloso, mágico.

Tomé los cables ya resueltos en mis manos, hice un nudo con un colet alrededor de su oscuridad cableada, me los eché al bolsillo, la Xime, me acompaña en mis caminatas una vez más.
Ya con la tranquilidad de los audífonos sobre mis orejas, pude abrir nuevamente el cierre, para desprender el plástico de mi cajetilla, el papellilo plata, y el primer cigarrillo, blanquecino, anhelado, cargado de otro tiempo.

Fue, todo lo que esperaba, me hubiese gustado su eternidad, sin tiempo, para variar, pero no me preocupó, tenía mucho por caminar aún, no tenía por qué dejar de disfrutar.

Mi caminar fue ligero, imperceptible, no quería forzarlo, quería flotar sobre el suelo, ligera, entonando sin verguenza por aquella vereda tantas veces recorrida. No me molestan las miradas de extrañeza, sé que en el fondo de sus corazones, les gustaría canturrear así por nada en especial.

El amor que dejé, la familia atrás, el secreto que guardo, no descansaré, sé que llegaré. Camino lento, lo que soy se va descosiendo, las raíces quedan al centro, lejos de aquí, esperaré, cambio de piel...

Para cuando retiré el segundo cigarrillo de la cajetilla, lo vi, y vi esas palabras corretear en mis ojos a toda velocidad. Me importó menos cuán rápido, cuán lento me dirigía, no miré el camino, miré mis ojos brillar desde fuera, saltarines.

Ese cigarrillo estuvo mejor que el anterior.

Y entonces, mi caminata se hizo aún más plácida, me encontré con tímida alegría con los conocidos, disfruté la chocolatada dulzona en mi boca, luego jugué con la bombilla llenando la pequeña cajita punteada de aire.

Mi refugio estaba casi vacío, deslizándome por las escaleras llegué a mi santuario, mi olorosito y acogedor santuario, tan mío, tan acigarrado, tan desordenado ¡Tan mío!

Llegué a arder con mis fantasmas, a batallar una tranquila pero dura batalla, cuando las aguas estuvieron calmas, pude sentarme a mirar el mar, a esperar mi atardecer, para charlar.

Cuando llegó me sonreí en mi soledad, sintiéndome acompañada, como hace lunas luneras no me sentía, que deliciosa sensación ésta, de dejar bailotear el anonimato de mi presencia, para presentarla, así, tal cual, y dejar de detestarla por aislarme, de empezar a agradecerle, por los tiempos regalados.

Sí, me crucé con el pequeño, con el antipático, con el nervioso, con los extraños, con la familia, con mis fantasmas y mis psicópatas, con los de él, con los de ella, y con los desconocidos.
Y para todos los físicos malditos, los vacíos también hablan, ustedes y su afán de ignorarlos, ¡pero que egoísmo diría Dios mismo!

Déjenme cruzar los vacíos tranquila, en mi santuario, no pueden amonestarme, no pueden contaminarme, el tren no se detiene, y cruzaremos caminos sin colisión.


Mi madre tierra querida, tan terca, tan sabia, mejor no digo nada, sé que mis manos aguardan más poder del que sienten, y se rinden ante ti, para que me acompañes.

¿Alguien gusta un cigarrillo?

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