miércoles, 17 de marzo de 2010

Egocuento


Empieza el día, me estremezco de frío, voy al baño y el primer ego del día, el espejo y mi egoreflejo en él, mi cara de muerto de mañana, no importa, de todas formas se egomira y egodesagrada por tal mal aspecto que es, de todas formas, inevitable en la mañana.

"Sólo las egomentiras de las películas despiertan con pestañas largas, ojos claros y sin lagañas" pienso.

Llego al primer destino de la mañana y todos se pasean con sus egos de la mano, algunos más despreocupados, otros más nerviosos evaluando su fisonomía de 1 a 10 a ojos ajenos, víctimas de un mal y poco sentador uniforme.

Las primeras conversaciones son más y más agotadoras, ya no se habla si no se corre hablando para poder pasar la palabra a los egos ansiosos y sedientos de explicarse el mayor tiempo posible. Cada egosegundo cuenta, incluso más que el anterior una vez que se entra en los detalles.

Termina la jornada, me subo al bus y son una lucha de egos silenciosos por el aire, unos miran afuera por las ventanas, otros con la mirada aparentemente perdida en los confines del transporte público, todos, hasta los egofantasmas de las micros fallecidas andan por ahí sintiendo autocompasión o lo que sea que sientan sobre sí mismos los fantasmas, lo que es seguro, es que están pensando en sí mismos.

Me despido con una mueca y emprendo el corto tramo que falta a mi departamento, y en el camino mis egopensamientos se entusiasman, sopesando todas las egoposibilidades para el prometedor futuro que quieren para mí y para ellos, por supuesto.

Llega la hora, me siento a la mesa, acerco mi silla fría un poco más y espero el festín de egos ansiosos calentados en el microhondas, una vez que uno empieza, es cuestión de tiempo para que los egos empiecen a taconear el cuero cabelludo, molestos por lo que no están diciendo y por lo que tienen que escuchar que no se trata de ellos.

Intentamos con grandes esfuerzos ignorar los egogolpes de nuestra egocabeza y de hacer un esfuerzo enorme por permanecer concentrados en el otro.
Sobre nuestras cabezas se desata la tercera guerra mundial, que ya es diaria, aquí y allá, en todos lados, en todas las personas, en el cielo.

Los egos se desgarran los unos a los otros y se hunden en el mar del cielo para estar siempre, más y más arriba, más y más inflados y ojalá siempre sordos.



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