martes, 20 de abril de 2010

Figura y des-figura


Me sentí apaleada, no exageraba, apaleada, ¡palos señor palos!
me desfiguró la sola idea de detener el palpitar de mis entrañas para cegarlas, se abrían mis ojos al frío mismo y se iban empañando lentamente hasta congelarse, abiertos, sintiendo el espacio que se iluminaba despacio y dolorosamente, atravesando mi cuerpo, quebrándolo en dos.

Un par de manos viejas separaron mi piel para arrancar de lo profundo el órgano deshidratado, oscuro, apaleado ya en su seno más profundo, en su romance.

Lo arrancaron con rudeza desperdigando mis arterias por el suelo, las venas fueron a dar al techo y mi cara se cubrío de lágrimas sangrientas que rodaban mis mejillas sin color, para acostarse luego en los pliegues de un vestido desgarrado, ceñido al cuerpo, desperdigado en trozos y trozos de tela por el suelo.

Una mano se lo lanzaba a la otra, el juego parecía hacerlas tan felices
mano blanca mano negra mano blanca mano negra mano blanca mano negra y ésta no quiso jugar más y en un sólo movimiento lo lanzó a la muralla contrario a la mano blanca.
Se juntaron, grises, para aplaudir la obra de arte en la blanca muralla
aún se estaba gestando, ensamblando
como aún líquida resbalaba suave
enternecidas las manos se acariciaron.

Se posaron luego sobre mi cabeza, mano blanca acarició mi cabello, lo asía y revoloteaba con delicadeza, ella debía saber como me hacía sentir, tranquila y amada, recogida de las tinieblas del acuario para dejarme llevar en esas caricias tan sencillas, tan a prueba de balas.

Mano negra posó sus dedos negros en mis ojos, y quiso cerrar los párpados de esos ojos sin vida, para dejarlos navegar la muerte negra, la muerte blanca, la vida sin romance.

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