jueves, 28 de agosto de 2008

La lluvia y la ceguera.


Tenía la luz de un sol madrugador en la cara, los ojos perdidos en el espacio, se habían quedado en la noche, cerrados.
La lluvia torrencial me recuerda la maratónica historia que ha transcurrido en mi vida hace, un promedio, de dos semanas, quizá un poco más.

Y mientras la televisión me cuenta sobre la cerveza perfecta, he tenido mi primer y casual encuentro con Saramago, y su ensayo sobre la ceguera, me he visto envuelta en esa inevitable sensación de que me quedaré ciega en cualquier momento, tal y como la mujer de las gafas oscuras, o como el niño estrábico que llamaba incansable a su madre.

Se abre la puerta, no estaba lista, lo sé, ¿te vas?¿volverás?
No lo sé, no lo sabes, ¿quién sabrá?
Cortesía. Debo saludar, pedir perdón, dar las gracias y decir adios.

Así como así, tal cual lo ves, tal cual está, ¿cómo estará?
Te irás, lo sé, tengo que asumirlo de una vez
Aun que quizás es mucho pedir, para tan poca anticipación, ¿que debo hacer?
Salir a correr, caminar hacia atrás, aprender a volar o quizá saltar de un gran edificio en medio de la capital.

Pero no, no caeremos en eso, no tenemos por que, no tengo por que.
El amor me tiene ciega y amarrada, sin ninguna obligación ahí me quiero quedar.

En una ceguera que no existe, sigo viendo todo, tan negro, tan gris, tan blanco, tan azul, pero ahora tengo donde refugiar mi dolor, donde despojarme del llanto frío, angustiante, la catástrofe.

Ya quiero ver llegar la primavera, que me lleve, que me llene de alergias, no importa, eso ya no importa.
Si tengo que decirte adios, parada con muchas personas lamentándose en el aeropuerto, lo haré, pero te acompañaré siempre, te vea o no te vea.

Ya no importa, te tengo a ti, que me haces sonreír, siempre, aunque no lo creas, y si tengo que decirte y no decirte mil veces que te amo, lo haré y no lo haré.
Podría besarte horas enteras, sentirte respirar muy cerca, sentir tus manos frías en la espalda y verte despeinar a medida nos envuelve con más peso el sueño.

Sí, puede que esté divagando en cosas sin importancia, o que quizás si la tienen, y llegaron a mí con una implícita vaguedad que en el fondo quería decir mucho, quien sabe, soy demaciado estúpida a veces, son cosas de mí que de cierto modo tendré que manejar.

Pronto, la lluvia cae, y aunque a ratos parece acabar nunca deja de acechar el cielo con una brisa húmeda y cargada. Pronto, déjenme pasar, no teman, o antes de saber lo que les espera, todo se volverá blanco y la ceguera brillante los dejará sin luna llena.


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